El mundo rural está lleno de Antonias.Son mujeres de pueblo, llenas de sabiduría y también de prejuicios, de paciencia y también de resignación, de inteligencia práctica y también de machismo, pero en definitiva Antonias necesarias que apenas se hacen notar y que algunas, en su condición de superabuelas, se sobrecargan de trabajo ante la mirada estúpida de sus hijos, yernos o sobrinos consentidos.
Mejor que el día de la mujer trabajadora habría que celebrar el día mundial de las Antonias, de las mujeres, algunas tan viejunas que no le caben más arrugas en la cara, que no saben lo que es un mp3, el stress, o la revolución digital, que ni siquiera saben donde está Cuenca. Frente a esa supuesta ignorancia, acumulan un saber diario que acojona. Crean, modelan y hacen arte con croquetas y flamenquines, cosen con la precisión de un técnico, soportan la tragedia con resignación, siguen teniendo fe, y cuando están hartas de trabajar, soportan los berrinches del nieto consentido hasta caer rendidas.
Las Antonias limpian con el coraje de un guerrero, se abonan al Canal Sur de por vida, y tienen tantos achaques como días tiene la semana. Sus orondos cuerpos se desplazan con dificultad y en su memoria están anotadas con precisión las citas con el médico, persona a la que adoran sin remedio. Deberíamos estar obligados a grabar sus voces, sus historias, sus anécdotas, sus incontables combates con los malos tiempos, con los hijos, que olvidamos que siempre están ahí, preparadas para la lucha, ejemplares para aquellos que no sabemos lo que es el hambre, el frío o la tristeza de tantos días preñados de soledad. Un poco de respeto, por favor, por estas criaturas guerreras de mambo colorido y vista cansada.
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