Hay un antes y un después en el mundo del bricolaje y ese momento es la aparición del gotelé. Miles de paredes de hogares de clase media (la clase alta, al parecer prescindió de esta modalidad) sufrieron la pasión del gotelé. Marcando a una generación como antes lo hicieron el tapiz de caballos saltando en el agua y el muñeco que menea la cabeza en la parte trasera del coche, el gotelé se impuso por pura pereza, la que hizo que el pintor espurreara la pared en vez de pintarla como dios manda.
Sin embargo este tipo de pintura de pared tuvo su inventor, el francés Michel Gotelé, que ensimismado y aburrido de sí mismo y de su asquerosa vida burguesa, decidió llenar las paredes de su casa de goterones en vez de utilizar papel pintado o pintarlas a la manera de siempre. Son muchas personas las que hoy abominan del gotelé tildándolo de chapucero y agresivo y no son pocas las que se pincharon al acercarse a su rugosa textura.
Como todo lo que es moda pasa de moda, el gotelé dejó de interesar a los humanos y quedó como un invento no exento de cierto interés antropológico como en su día lo fueron los pantalones de campana y las chorreras en las camisas.
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