Cuando los curas se casen, se arrejunten o al menos mantengan relaciones, lo normal en su condición de humanos, dejaran de abusar de pobres criaturas ingenuas y acojonadas, como lo han estado haciendo desde hace mucho tiempo. Ya puestos, podían dejar que las monjas sean Papa (o en este caso Mama), dar ostias de chocolate (seguro que comulga más gente) y hacer la misa más amena (karaoke, tapas, ropas más fresquitas) para que no aburra hasta el mismísimo Dios bendito.
Pero sólo hay una cosa peor que un cura: un cura banquero. Ese montón de grajos de cuello blanco que aparecen estos días en las portadas de los periódicos. Después de llevar a Cajasur a la bancarrota, acaban fundiéndose, como queso mantecoso, con el banco de España, con Papá estado frotándose las manos. La austeridad, la humildad, la generosidad son virtudes difícilmente encontrables en seres banqueros, por lo que supongo que estos curas que hoy abdican habrán (o deberían haber tenido) largas y gloriosas noches de arrepentimiento carnal a base de látigos de púas envenenadas de soberbia. Atrás quedaron los tiempos en que Fray Langostino y sus consejeros cobraban jugosas dietas por asistir a conciertos o actos religiosos, a la Junta de Andalucia modificando la ley para que gran parte del consejo de administración fueran curas (subiendo su edad de jubilación a los 75 años), y al señor Castillejo retirado en uno de los palacetes del señor Gómez (Sandokan) fichado últimamente por la operación Malaya.
Y supongo que hay curas excelentes. Quizás aquellos que se entregan en cualquier parte del mundo (sobre todo en países donde más los necesitan) sin el chantaje del pecado, el dios vengador o la falsa esperanza de un paraíso cercano que borrará las penas que con resignación sufrieron en el planeta Tierra. Ellos, como yo mismo, sentirán, como mínimo, indiferencia ante estos curillas con los bolsillos llenos de calderilla que hoy dejaron de mangonear Cagasur.
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