Aunque dicen las malas lenguas que sólo es un alambrillo doblado, lo cierto es que el clip sigue siendo hoy en día un objeto poco valorado, apartado del mundo donde la tecnología se nutre de chips y aparatos minúsculos de eficacia probada. Poco o nada se sabe del inventor del clic. La leyenda nos habla de un hombre que, sobrepasado por su invento y atormentado por su incapacidad para crear algo mejor, enloqueció y se quitó la vida arrojándose a un pantano vestido de gitana.
La genialidad del clip reside en su simplicidad que es además su mayor limitación. En aquellos días en que las administraciones y los oficinistas que habitan en ellas se veían sepultados de papeles esperando clasificación, apareció de repente el clip y fue poniendo un poco de orden en los papeles que inundaban sus mesas, como hojas nacidas de los árboles de la brutal burocracia. El clip ordenó y puso paz en aquel caos hasta que llegó su peor enemigo, la grapa, que ofrecía ese mismo orden pero sin opción a desenganche. Después de una convivencia pacífica entre ambos objetos la grapa ganó por puntos, más aún cuando provenía de una graciosa maquinita con aspecto de animalillo dentado. Los nostálgicos del clip aún reivindican su efectividad y bajo coste pero poco futuro existe ya en un mundo hipertecnológico donde hasta los retretes saben cuando tu pito ha dejado de orinar para echar a continuación el chorrillo de agua.
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