martes, 10 de mayo de 2011

Terrorismos

Veo, leo, oigo que Bin Laden ha sido ejecutado. Al principio siento una sensación de alivio y creo que de venganza satisfecha. Noto que no es un sentimiento bueno para un ser humano alegrarse porque maten a una persona a bocajarro, aunque ésta sea la peor escoria del planeta. Pero como el Premio Nobel de la Paz, Señor Obama, ha mandado matar a Osama debe ser que eso es lo que hay que hacer. Luego veo la tele y todos se alegran, festejan, comen gambas y se recochinean de Al-Quaeda. Me quiero alegrar un poco más (pues ya nos dejó el enemigo público, que paz!) pero pienso que quizás hubiera sido mejor que lo hubieran cogido, juzgado y metido en una celda el resto de su vida a pan y agua.

Pero la tele me dice lo que es correcto y parece ser que esto es lo que debe ser. Obama proclama al mundo su soberanía, dice que el planeta es un lugar mejor y más seguro. A continuación dice que aumentará la seguridad en los aeropuertos. No entiendo nada.

Premia a los soldados ejecutores, les da marisco y medallas. Habla de cómo tiraron a Osama al agua y éste se hundió muy rápido pues su propia maldad lo hacía enormemente pesado. Los mandamases americanos han tenido la suerte de ver en la tele el asalto, ejecución y comprobación (foto en mano) de que aquel bicho peludo era Bin Laden. Es como ver un reality show de la guerra. Luego hacen palmas y silban.

Es, tal vez, la primera vez que un Premio Nobel de la Paz ordena una ejecución. Me imagino a Ghandi diciendo que apedreen hasta la muerte al que intentara asesinarlo. Pero éste de hoy es un mundo distinto, el mundo de los cowboys, de John Wayne, de aquellos que creen que el odio no engendra odio, de que la venganza fría es apetitosa y está de moda.

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