Ayer se cumplieron setenta y nueve años de la proclamación de la Segunda República en España, un intento loable de libertad, pisoteado por aquellos que hoy se aprovechan de una democracia que nunca defendieron, para intentar encerrar al que tuvo la desfachatez de airear sus cadáveres. Esos fachorras, y aquellos que los siguen por puro interés (la derechona de toda la vida) se amparan en que los organismos de la justicia son intocables y que no importa si el que tira la piedra tiene escasa (ninguna) autoridad moral.
Por supuesto que nadie es perfecto, ni siquiera este juez que, viendo en estos años su imagen por televisión (que por cierto siempre lo sacan entrando a un coche o saliendo de algún juzgado y digo yo que este hombre haría otras cosas) he comprobado como su pelo ha ido haciéndose más canoso hasta quedarse blanco. Blanco de tanto papel manchado de sangre, de tanta gramática envuelta en tortura, de tantos puntos y comas revueltos de asesinos cobardes, de tantas y tantas líneas de horror, miseria y sobre todo de injusticia criminal a la que ha perseguido sin descanso.
Esto no les parece suficiente a los antiguos salvadores de la patria y a los amiguitos de Rajoy a los que, por cierto, les viene de perilla que se hable más de esto que de sus vergonzosas corrupciones de andar por casa. Está visto que esto de las dos Españas va para largo.
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