Para aquellos que tenemos la fortuna de disfrutar de unas vacaciones y viajamos(para eso hay que tener trabajo, no hay que olvidarlo) el día después suele ser un día gris, cargado de imágenes, de sonidos, de relampagueos fugaces de instantes vividos. De olores, sabores y carretera consumida, de piedra hecha iglesia, de miradas de gentes furtivas, de niños corriendo, de calles que se estrechan, de lluvia que viene y va, de mujeres que te miran y nunca más te van a mirar.
Creemos por unos días que la vida es eso, que la vida es comer menús de 10 euros, que son noches de hotel rural, que es no parar, que es darle de comer a los sentidos hasta empacharlos. Nos sentimos nómadas de clase alta, burgueses con maletones rodantes, turistas accidentales que se duchan una y otra vez, que se duchan por puro hedonismo.
Pero no. Vuelves ,te sientas en el sofá y una rutina en forma de muelle te retuerce los ojos de fuera hacia dentro y te dice que para volver tienes que trabajar, recorrer los viciados círculos de la monotonía para darte cuenta de que Aquello era un sueño y Esto, la realidad.
Sigamos acumulando puntos para el próximo viaje que está a la vuelta de la esquina. Mientras, miremos las cuatrocientas fotos que hemos hecho, la mayoría de ellas con la capacidad artística de un chimpancé jovenzuelo.
1 comentario:
La solución está en las mismas palabras que escribes: No tener vacaciones por no tener trabajo. ¡¡¡Salud!!!
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