Mientras Ramona cocinaba ese pollo al ajillo tan resultón y apetitoso, oyó un fuerte ruido y se asomó a la ventana. Allí vio en el tendedero a un hombre arrugado. Por un momento creyó que el cielo le había escuchado, pues pedía, desde hacía tiempo, un hombre que le acompañase desde que Ramón dejó de respirar, hace ya de eso 20 años. Pero no le habían concedido nada, como siempre, igual que no le tocaba la lotería ni los ciegos de los viernes. Aquel era su vecino Gregorio que, con un fuerte impulso al tender sus calzoncillos, se había desplomado entero por el balcón. Ramona lo cogió fuertemente de las manos, mientras, a duras penas, el hombre se quejaba lastimosamente del que parecía ser el fin de sus días. Mientras llegaban los bomberos, Ramona intentaba desviar la atención de su compañero colgante que tenía el pánico metido en los huesos. Le contó que era viuda, que su hija Teresa era ATS y que se le daba bien el potaje de garbanzos. Gregorio asentía suspendido en el vacío y se agarraba fuerte a la vida mientras, con los nervios, se tiraba accidentalmente una pedorreta.
-Lo siento-dijo-
-No se preocupe, ya me hago cargo.
Al final Gregorio pudo ser salvado y ahora Ramona le prepara potaje los viernes mientras hablan de sus nietos, sus hijos y su pensión, ridícula donde las haya, y piensa lo bien que le vino ese hombre caído del cielo que ahora la arregla el basero y le da un cariñito chiquito pero sabroso.
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