Un montón de gente, todos hablan a la vez y todos tienen algo que decir, aunque en realidad se escuchan poco. Así eran los berlanguianos de las películas de Berlanga. En sus obras, que las eran también, las mejores, de Rafael Azcona, había pobres y ricos, amor, humor, falsa caridad y mucho hijoputa suelto. Algunos franquistas, otros de la transición.
Este hombre, con cierto parecido a Julio Verne, nos dejó, al menos, tres obras de arte: "Plácido", "La vaquilla" y "El verdugo". En ellas la gente tenía verborrea, pero era tan natural que a veces no parecía ni que actuaban. Le gustaban los planos secuencia, sin cortes, todo seguido, como la vida misma y en ellos los actores se apelotonaban para salir en cámara, para decir lo suyo, que a veces era tronchante. Pocos (Billy Wilder, Woody Allen, los hermanos Marx) han sido tan graciosos como este tío y su plumilla, el gran Azcona. Pocos han retratado con tanta humanidad y acidez a la sociedad española, a pesar (y es un gran pesar) de que la censura (tonta como ella misma pero con mala leche) le encañonaba en cada película. Sin embargo fue capaz de reírse de los ricos, de los curas y denunciar la pena de muerte y salir tan campante.
Franco dijo de él que era un mal español, lo cual le honra mucho viniendo del mismo demonio nacional.
Se nos fue Berlanga pero vean "Plácido" y ríanse porque la vida es un mierdón pero, anda que sí, que risa que da.
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