
El hombre más pequeño del mundo me dio una lección. Me lo encontré al doblar la esquina, como el que no quiere la cosa, y allí estaba, mirando a una pequeña lagartija que andaba por la pared. Confieso que, por un momento, yo también le miré a él como un ser inferior y como adivinando mis pensamientos, el hombre menudo me miró y me dijo: ¿Cómo te sientes? a lo que le contesté:”Bien”. Él dijo entonces:”Pues yo a veces me siento como una pulga y otras veces como un gigante”. Y lentamente me acercó su dedo índice y frunció el ceño. Luego movió el dedo para que hiciera algo. Yo entonces le cogí su ínfimo dedo y tiré de él. En ese momento se tiró un enorme cuesco que le hizo tambalearse. No pude evitar reírme y él movió su cabecilla y me dijo con voz sabia: “Un día sin reír es un día perdido, ya lo dijo Buñuel” y se fue calle abajo. Cuando se alejaba me dio la sensación de que se hacía más pequeño aún de lo que era y que en un momento desaparecía del todo, integrándose en el asfalto. El hombre más pequeño del mundo me dio una lección y yo, triste de mí, no pude más que avergonzarme y seguir adelante con mis taras y mis absurdos complejos de burgués ocioso con trabajo bien remunerado.
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