
El divagar como una de las bellas artes puede parecer a los grandes intelectuales una cosa de seres necios y embrutecidos pero retorcer el cerebro tontamente con una idea hasta llegar a la misma conclusión de un principio es, anda que no, cosa de tontacos.
Por eso, y también por lo otro, hoy reivindico (y más con este calor que pide gazpacho), el derecho a no hacer nada, el derecho a extasiarse en el nihilismo de una mota de polvo que cae lentamente desde el techo hasta la mismica punta de tu nariz.
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