Anteayer me llamó Angela Merkel al fijo y me dijo que quería tomar un café conmigo. Aunque no lo tenía muy claro, le dije que sí. Luego me contó que había sido elegido entre mil doscientos millones de europeos para charlar con ella dos horas y cuarto. Quedé en el bar Manolo, que tiene de bueno que siempre te ponen el vaso de agua, sin pedirlo, tras el café. Llegó con un vestido granate y un bolso azul y me sorprendió que no fuese a juego. Le hablé en alemán pues hablo alemán a la perfección, con un leve acento de Dusserdorf. Ella se reía y empezó a hablarme en andaluz con acento de Málaga.Me dijo que no me preocupaba, que me entendía. Me confesó que iba a arreglar Europa, que tenía dineros pa reventar y que Zapatero en una ocasión le ató los zapatos mientras ella le hacía muecas a su espalda.
Me preguntó si tenía alguna idea para solucionar la crisis. Le dije que sí pero ella miro uno de sus tres relojes y dijo que tenía que irse, que había quedado con Sarkosy para jugar al Tabú. Me quedé algo pasmado y encima tuve que pagarle el café con churros que pidió. Luego me desperté sudando y seguí durmiendo.
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