
La velada no fue nada mal y además fue gratis, aunque el catering, digamoslo ya, brilló por su ausencia. Una noche agradable para una experiencia que hay que repetir.
La velada no fue nada mal y además fue gratis, aunque el catering, digamoslo ya, brilló por su ausencia. Una noche agradable para una experiencia que hay que repetir.
Así que volví, me quité la ropa, me puse el pijama y me acosté. Estuve unos minutos hasta que imaginé que ya estaba reiniciado, como un ordenador.
Volví a desayunar, salí a la calle y todo parecía ya más pacífico, más noble, más Sábado. Y al fondo no estaba aquel perro sino una viejecita que paseaba un pekinés con elegancia.