
Autor inclasificable, inventor de la canción más repulsiva del planeta, Gustavo no se deja ver, quizás recluido en su mansión intentando escribir Juanito, el pastelero o Antoñito el frutero.
Pero como todos los grandes sufridores de un éxito global, Gustavo ha sido superado por su propia condición mediática y es posible, no lo quiera Dios, que pase el resto de sus días concediendo entrevistas sobre la tortuosa canción. Lo sabe, por eso se refugia en su mansión intentando comprender que su anonimato es el mejor antídoto contra la autodestrucción.
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