
Mi primer gran descubrimiento fue encontrar un lugar donde se podía leer gratis, sin tener que comprar el tebeo. Me parecía un templo sagrado, habitualmente lleno de humedad y telarañas y en el que un señor con un puro me despertaba de golpe de mi borrachera de letras y me decía que iban a cerrar. Allí conocí a Mortadelo, Rompetechos, Tintín, Julio Verne y sobre todo a Edgar Allan Poe. Luego me fui decepcionando al darme cuenta de que la vida no era tan divertida como dibujaba Ibañez ni tan misteriosa como escribía Poe. Al contrario, una rutina con escapulario que te ostiaba y te vencía. Por eso decidí crear yo mi propia lectura, reinventarme y sacarle las cosquillas a mi viejuna máquina de escribir para salir adelante.
De una manera u otra, en eso seguimos y hasta hay chalados que leen mis letras de vez en cuando.
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