Como todos los años en Navidad, y como si fuéramos el personaje de la genial peli “Atrapado en el tiempo” en el día de la marmota, nos levantamos y nos encontramos (¡otra vez!) con dos visiones repelentes. Una de ellas el zombie Raphael, cantando, con su horroroso estilo histérico, coplas que provocan ardores al más pintado. Luego, el monarca español, viejuno y cansado, con sus mensajes obvios, inútiles y animándonos a salir de la crisis con nuestra unidad(?) apoyando, para más inri, las reformas antisociales del cadáver político Zapatero. Mas tarde, los partidos políticos alabando las palabras del hombre, como si fuera el papá de todos los españoles. Bien le valdría abdicar y dejar de vivir ricamente de nuestros salarios.
La Navidad, la época de la felicidad obligada, de consumo frenético y de gran negocio para los grandes almacenes, nunca fue mejor retratada (y de eso hace ya 50 años) como lo hizo Berlanga en Plácido. “Siente un pobre a su mesa” rezaba el slogan de la inmortal película.Verla en estos días es un buen ejercicio para darnos pistas de que va realmente todo esto.
Son buenas fechas para diferenciar la caridad de la solidaridad. La primera, dicen, es vertical, es decir, viene otorgada desde arriba, por capricho, sin ánimo de continuidad, y es utilizada en las religiones para calmar conciencias y allanar el camino al cielo. La segunda, la solidaridad, es horizontal, se da al mismo nivel, y se ofrece por justicia social, no por compasión. Deberíamos practicarla todo el año, y no esperar a que ongs, marcas comerciales, o autoridades con ánimo electoralista nos la hagan ver. Por eso ver a Rajoy, con delantal y paleta, repartiendo comida en un comedor social el día de Nochebuena es un síntoma inequívoco de que la Navidad no se caracteriza precisamente por su honestidad y de que aún hay en nuestra sociedad una evidente confusión en nuestros valores.
domingo, 26 de diciembre de 2010
lunes, 13 de diciembre de 2010
Grande
Como a muchos de los que somos aficionados al rock, el flamenco siempre nos apabulló por su complejidad, su dureza y su férrea tradición. Por eso, cuando Enrique Morente sacó su disco OMEGA con Lagartija Nick, Vicente Amigo y otros, algó cambió. La audacia de este hombre que nos dejó hoy, me pareció increible. Así conocí más profundamente a alguien con la valentía que falta a muchos (casi todos) dentro del rock o del pop, encasillado en sus melodías y sus ritmos. Mezcló (con los cabreos de sus compañeros del flamenco) su cante con el jazz, con el rock, la música árabe, con ritmos que siempre estaban a miles de kilométros del flamenco. Tocó con Leonard Cohen, con las Voces Búlgaras, y hasta los mitos del noise-rock, Sonic Youth, de los que decía intuir una terrible fuerza tras sus ruidosas canciones. Oía sus comentarios ácidos y lúcidos sobre todas las cosas y lo veía comprometido en causas de todo tipo. Valiente y curioso hasta el último día, fue un vanguardista sin proponérselo y detrás de ello, increiblemente, una modestia envidiable.
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