Paradójicamente cuesta escribir más cuanto más tiempo tiene uno. Este verano no ha sido especialmente diferente.Todos los veranos hay tormentas, se ahogan niños y algún descerebrado mete fuego a un inocente bosque para que la adrenalina le ponga a cien. Todos los veranos esa familia, de padre perezoso y madre recia, visitan Torre del Mar una semana y a la siguiente se van a la parcela de la suegra, que ahora tiene artrosis.
En verano nuestros cerebros están en servicios mínimos y aunque haya más tiempo para todo, éste es como tiempo inútil, porque nuestros ojos sólo ven playa, bikinis y grandes vasos de gazpacho. Así que no se queje usted, amigo, si llega Septiembre cargado de trabajo, pero también de energía y buenos propósitos. Tiene los fascículos (siempre a coleccionar los dos primeros), tiene el fresquito (a veces) y tiene la duda de que lo que ha vivido y soportado (pareja, familia, niños) es la realidad o la realidad es esa oficina y esos madrugones de ojillos chinorris.
No se preocupe, la rutina lo pone todo en su sitio, y si por un momento creyó que la felicidad era aquello, piense que mucha felicidad seguida también es rutina y además es mentira. A vivir, sea el mes que sea, porque aunque no le guste la realidad, es el único sitio donde puede usted comerse una buena tortilla de patatas.