No sé si se habrán enterado de que España ganó el mundial. Y no lo hizo gracias a sus destrezas, habilidades y saber estar frente a una pelota, lo hizo porque un pulpo se comió el mejillón correcto. Tanto ha hecho este pulpo por nosotros que lo quieren comprar, y no para ponerlo a la gallega que sería lo más lógico, sino para darle una casita acuática donde pase el fin de sus días, que no son muchos. Esta empatía cefalópoda ha hecho descender el consumo del bicho al que hemos descubierto como un ser, aunque horroroso de aspecto y lleno de cerebros, con una sensibilidad semejante a la de cualquier escritor o filósofo patrio.
Pero el momento más impresionante y sin duda imborrable para los españoles de a pie, ha sido cuando Manolo Escobar, aún reinqueante de su delicada enfermedad, es manteado hasta casi perder la vida después de entonar su glorioso “Que viva España”, himno de la posguerra que resume en pocas palabras el ardor, la idiosincrasia y el fervor guerrero de estos héroes populares que han encumbrado el país ( en su vertiente pelotera) a lo más alto del Olimpo mundial.
España ha sufrido mientras el sueño de Kafka pues creía que era un Ser triunfador, eufórico, feliz y se despertó convertido en un escarabajo, es decir resacoso y lleno de parados.